Las lecturas en reversa son, a veces, demoledoras. De viejas estructuras, de prejuicios o filiaciones que adjudicamos a lo que ya teníamos leído. Algunas lecturas en reversa modifican el mapa mental que teníamos de uno u otro texto, obligándonos a repensar esas frasecitas que tenemos listas para cualquier autor, y que Buffalino reprochó tan bien en Bluff de parole.
Gracias una nueva ganga de nuestro mercado editorial, que alterna la publicación de un título a $45 con el escupitajo de otro a $10 en los saldos de Corrientes, volví a cosas de Perlongher que tenía leídas, y a descubrir otras a las cuales nunca había podido acceder. Ir a “Frenesí” o a “Parque Lezama” y apreciar el comienzo de la madeja. Quiero decir: leer “Terciopelo, correhuelas de terciopelo, sogas de nylon, alambrecitos de hambres y sobrosos, sabrosos hombres broncos hombreando hombrudos en el refocilar, de la pipeta el peristilo, el reroer, el intraurar, el tauril de merurio” y que se me aparezcan los vástagos, no los ancestros. Que se me aparezca “Chef, puré chef! Un chef haciendo puré chef!” y no “bisbiseando por todos sus viudos alvéolos”. Y no porque Trilce me parezca superior a la poética de Bejerman, sino porque, a pesar de saber, en ese conocimiento de fracesita, que toda esta gente recupera a Perlogher y hace de él su maestro, nunca lo había visto tan claro. Sí, soy un poco lerdo.
Hay otros escritores, que, por más que añadamos nombres a su entorno, y por más que rellenemos cada vez más su circunstancia (leyendo a quienes ellos leían, leyendo a quienes los leían a ellos, leyendo a las personas que los publicaban, leyendo a sus compañeros de antología/grupo/movimiento) se resisten a quedarse quietos en un solo lugar. Son bichos raros, parecen de otro planeta: parecen fundar otra lengua.
Me pasa con José Portogalo. Lo primero que uno encuentra por ahí es que es heredero de la poesía social de Boedo, y si revisamos algunos títulos (“Letra para Juan Tango” del 58, “Tregua” del 33, “Tumulto” del 35, “Tango” del 63) podríamos pensar que estamos en presencia de un Tuñoncito más, alguien que se nos había pasado de largo pero que no ofrece demasiadas sorpresas. Error: “Calles del mundo. Negros levantando los ojos junto a las pesadas grúas, a los rascacielos turbios, sobre el asfalto áureo, entre el rumor grasiento de los metros y el blanco paquidermo que les tizna la piel con su desprecio. [...] La selva arde en sus venas como un sol desbocado. Andan las madrugadas madurando sueños limpios en sus ojos.” Es un largo poema sin rima en memoria de Langston Hughes, pero por momentos parece el mejor Ginsberg. Otro libro suyo ("Perduración de la fábula", del 52) evidencia sus lecturas: hay epígrafes de Machado, Novalis y Carl Sandburg. Todo en una coctelera personal y atípica.
Acá su hijo, Pablo Ananía, tira data.
martes, noviembre 1
Los pájaros ciegos
Publicadas por javier a la/s 11:02 p. m.
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