lunes, julio 16

Morir en Occidente

"La literatura de Arlt, considerada como armario o subterráneo, está bien.
Considerada como salón de la casa es una broma macabra.
Considerada como cocina, nos promete el envenenamiento.
Considerada como lavabo nos acabará produciendo sarna.
Considerada como biblioteca es una garantía de la destrucción de la literatura.
O lo que es lo mismo: la literatura de la pesada tiene y debe existir, pero si sólo existe ella, la literatura se acaba."

R. B.


Se podía leer en varios lugares, pero ahora es uno de los capítulos de El secreto del mal, el desguace chupasangre, póstumo y maleducado de la computadora personal de Roberto Bolaño.

Directo desde la contratapa:



"Este volumen viene a ser el torso (o la armadura inevitablemente incompleta) del que iba a ser el cuarto libro de relatos de Roberto Bolaño. El puñado de piezas y esbozos narrativos aquí reunidos tiene por base un archivo de texto muy tardío en el que Bolaño estuvo trabajando hasta poco antes de su muerte. A él se han agregado otros cuentos y fragmentos espigados entre el abundante material almacenado en el ordenador del escritor, minuciosamente rastreado por Ignacio Echevarría."


Una manga de irrespetuosos. Me recordó lo que Taschen hizo con Frida, al editar (¡en facsímil!) su diario personal y secreto.

domingo, abril 29

Siguen las encuestas

Hace cosa de un mes, la revista Semana, de Colombia, publicó una encuesta sobre las cien mejores novelas escritas en lengua castellana publicadas a partir de 1982. Obviamente, tiene todos los defectos de las encuestas anónimas y un par más (por ejemplo, que se afirme que encuestaron a 81 “expertos” y luego se desglose ese término en “escritores, editores, críticos literarios, entre otros”). De cualquier modo, nos parece interesante ver cuánto difiere la mirada argentina de la de los otros países hispanohablantes (en los que se genera más lectura, más discusión y más reflexión sobre la literatura latinoamericana posterior al boom).
Cabe decir que, de las 23 novelas argentinas que integran la lista, ninguna figura entre las primeras cinco y sólo una (Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez) se cuenta entre las primeras diez. Obviamente, si se hubiese hecho una encuesta de este tipo en Argentina, los resultados hubiesen sido muy diferentes no sólo por las ansias de mostrarnos inteligentes y muy leídos y por el conservadurismo que impera entre los “expertos” sino también por las distintas formas en que se editan y circulan los libros en Argentina y el resto de Hispanoamérica.
Por ejemplo, en muchos países, la obra de Saer que más fácil se consigue es El entenado. Aquí, seguramente, nadie hubiese votado la novela El traductor, de Salvador Benesdra (editada por Ediciones de la Flor). Otra cosa que queda en claro es que en otros países se da un interés por autores que en Argentina son casi desconocidos (el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa y esa bestia colombiana llamada Héctor Abad Faciolince, por ejemplo). Cabe resaltar que, entre los argentinos con más libros en la lista (tres) se cuentan Juan José Saer y César Aira.
Obviamente, podría decirse mucho más, pero ¿para qué? Que sigan hablando los expertos.

martes, abril 24

Poesía para los colegas

En una nota que le hicieron en Página/12 con respecto a su último libro, En la resaca, Daniel Freidemberg dice: «No soy sociólogo ni historiador, pero el lugar que tenía la poesía en los siglos XVII y XVIII no estaba en los libros. Al reducirse al libro, la poesía se volvió un lenguaje especializado […] El problema no es que se lea poco, sino que se termina produciendo poesía para los colegas y la crítica y ahí caemos en una trampa peor que la de producir para el mercado. Escribir para los colegas tiene un costadito de especulación que no me gusta».

jueves, abril 12

Detrás del mostrador

Desde febrero está online el blog El cliente nunca tiene la razón, en el que dos libreros cuentan anécdotas ligadas a su lugar de trabajo y despotrican contra las impertinencias, los reclamos y los embustes de los compradores que asisten a su negocio. Entre otras cosas, se relatan los lamentos de José Narosky al ver que sus libros están en la sección de humor y los ardides con que una mujer intenta cambiar el libro que un día antes, frente al vendedor, ha dedicado (la señora ha tenido la precaución de arrancar la hoja de la dedicatoria antes de apersonarse en el negocio).

domingo, abril 8

“Yo, yo y yo” de Juan Filloy


Hasta en los noticieros se corrió la voz: una organización ya de por sí dudosa (la “Escuela de escritores” de Madrid) propone apadrinar palabras en desuso. El intento es demasiado cándido como para entusiasmarse y demasiado zonzo como para reirse, pero me sorprendió la recepción que tuvo en los medios locales.

Después recordé el deseo de Lugones (“escribir con todas las palabras del diccionario”) y los giros, hoy ridículamente anacrónicos, de toda esta narrativa porteñista que tiene a Castillo y a Asís como irresponsables maestros.

Del lado de enfrente (del lado de la felicidad, del regocijo, del juego rabelaiseano) está Juan Filloy. El Cuenco de Plata , que ya publicó La Purga, Vil & Vil, Gentuza, Karcino y Caterva, se despacha ahora con "Yo, yo y yo: monodiálogos paranoicos", extraño opus que no veía edición desde 1935. Aquí los aprendices madrileños encontrarían (en el hipotético caso de que abreven en aguas tan poco serenas) una cantera de vocablos, un verdadero "diccionario de autoridades" listo para usar.

Filloy wagneriza el lenguaje, lo dilata, lo inflama: las palabras, con él, son móviles y mutantes. El discurso es tumultuoso, pero su barroquismo no es una antigüalla clasista: vive cada palabra, y sus oraciones son estruendos que persisten. Es descaradamente erudito, descarga frases en latín, hebreo o francés sin mediar aclaración o disimulo. Quiere, con violencia, que su discurso zamarree no tanto la mediocridad como la burguesía del lenguaje. Porque Filloy es, a la vez, aristócrata y esbirro. Nunca ese acomodaticio término medio que favorece el aplauso y la inclusión generosa en el canon. De la formación de la lengua eslava hasta las diatribas contra Walt Disney, desde las cavernas de Sudamérica hasta la obra de Dante o Humbolt, la realidad parece inclinar su cabeza frente a Filloy, y adentrarse, rendida, en las fauces de este deglutidor insaciable.

La sonora resultante de tamaña comilona son estos monodiálogos, dignos de un jocoso blasfemador, rara cruza de Gargantúa y León Bloy.

Pero el epíteto exacto lo construye él, al promediar el exordio: Filloy, "el monje solitario de un convento endiablado".

martes, abril 3

El mono tremendo

En su novela Borges y los orangutanes eternos, el brasileño Luis Fernando Verissimo ubica a Borges no sólo como uno de los personajes de su novela sino también como su destinatario. El texto comienza con esta frase: “Intentaré ser sus ojos, Jorge. Sigo el consejo que me dio cuando nos despedimos: ‘escriba y recordará’”. A partir de ahí, el personaje Borges aparece desdoblado: es, a un tiempo, el que participó de la acción –más que nada, como testigo– en el pasado (“el consejo que me dio cuando nos despedimos”) y el que leerá en un futuro lo que el narrador escribe (ese futuro, como ocurre con las cartas, se actualizará cuando sea leído; o sea, el narrador usa el futuro porque está comenzando su narración, pero también, indirectamente, porque sabe que será leído luego por el Borges personaje).

La novela plantea un enigma que no se resuelve. El narrador decide no resolverlo y dejar en manos de Borges, del personaje Borges, el final. El personaje Borges, entonces, escribe un final y así se plantea un salto cualitativo: el personaje Borges se transforma en narrador (en este caso, se respetan todos los recursos de la carta, desde el “Querido X” del inicio hasta el saludo, la firma y un post data) y no sólo se toma a sí mismo como personaje de lo que el otro ha escrito sino que incluso critica el texto anterior.

A partir de lo que se ha narrado, Borges retoma las pistas que se dejaron abiertas en la narración y resuelve el caso de manera “literaria” (se hace una clara distinción entre el investigador “real” y el escritor interesado en las investigaciones policiales). El personaje Borges que ha recibido un relato y responde convirtiéndose en narrador se toma a sí mismo como personaje del relato que ha recibido y plantea una diferencia entre Borges (el narrador, supuestamente “real”) y “Borges” (el personaje de la narración que él mismo cerrará).

Este recurso, obviamente, no es nuevo; sin embargo, vale decir que cada vez que se usa parece novedoso. Recuerda, por ejemplo, a “Homenaje a Roberto Arlt”, de Ricardo Piglia. En ese texto, un periodista investiga en busca de textos inéditos de Arlt (se mezclan referentes “reales” y ficcionales) y, a modo de epílogo o anexo, se incluye un supuesto texto de Arlt llamado “Luba” (se trata de una obra de Leónidas Andreiev reelaborada por Piglia de acuerdo con el estilo arltiano). Como es de suponer, no ha faltado quien lo citase como un texto escrito por Arlt.

Tanto Piglia como Verissimo (autor famoso en Brasil por sus cuentos irónico-humorísticos) conectan un texto que atribuyen a un autor consagrado dentro de otro texto. No se trata sólo de una ficción dentro de otra ficción sino que se involucra a un referente “real” (en Verissimo, eso se extiende porque el personaje que responde a un referente “real” se toma a sí mismo como personaje de un texto).

En ambos casos, llamativamente, el texto atribuido a un referente “real” es el que clausura la narración (en el caso de Verissimo, con una carta; en el caso de Piglia, con un cuento).