miércoles, noviembre 22

Dos kilos de Borges


Había dos o tres cosas que queríamos saber acerca del nuevo gran bodoque de la literatura argentina (el anterior, Los sorias, aunque devotos de Laiseca, no pudimos terminarlo). La primera era si el libro estaba cosido, y si la costura soportaría el manipuleo más o menos torpe de nuestra lectura. La segunda era si esa cajita de madera desde la que, cual sarcófago, asoma el libro en las vitrinas, estaba incluida en el precio. La tercera cuestión era la única referida al contenido. ¿Podía haber, en las miles de páginas de Borges, espesura suficiente como para reconsiderar nuestra opinión sobre el adelanto de la revista Ñ? Es decir: ¿había un excedente, un plus de reflexión o de sorpresa frente a ese catálogo de chismografía literaria que habíamos leído en esos "fascículos coleccionables"?

En muchas librerías ni siquiera le sacaron el celofán al primer ejemplar de las mesas, y nos echaron fly cuando solicitamos en diversos tonos (ensayamos la plegaria, el desprecio, la suficiencia...) que nos lo abrieran.

Finalmente, en una librería de Palermo Hitchcock pudimos sentarnos y contestarnos las tres preguntas.

#1: Cosido está. Tiene sobrecubierta, el lomo parece bien afirmado y el gramaje y la calidad del papel superan nuestras expectativas. Lindo bodoque, pero bodoque al fin. Es incómodo para leer y a primera vista amedrenta un poco.

#2: No, qué tontos fuimos. La caja forma parte de esa tendencia marketinera que puebla las vitrinas de chirimbolos y promociona los libros como si fueran estrenos de cine.

#3: A vuelo de pájaro no. Luego de leer un año entero, tampoco. Bioy escribió cientos, miles de páginas cargadas de anécdotas sobre su amigo, pero no pudo hacer lo que su amigo hizo con Lugones: una semblanza, un retrato sencillo y profundo que lo pinte de cuerpo entero. Y la contratapa es fabulosa, en todos los sentidos del término: Sólo la Vida de Johnson de Boswell y las Conversaciones con Goethe de Eckerman podrían aproximarse en densidad al intenso friso burilado por Bioy.” ¡Burilado! ¡Eckerman! ¿Por qué, ya que estaban en plan hiperbólico, no ponían los Anales de Eginardo?

Seguramente, en la miríadica reunión de palabras, se escondan datos interesantes; pero, sospechamos, poco más que eso: datos. Y como base de datos, ¡ni siquiera trae un índice onomástico con indicaciones de página!

¿y qué es lo más estúpido, oprobioso y deneznable de todo este asunto? Que tarde o temprano, más o menos indignados que ahora, lo vamos a terminar comprando.