miércoles, agosto 17

la joven guarida

Entre el 2001 y el 2002, cuando algunos de mis amigos pusieron internet de banda ancha en sus casas, mi manera de escuchar música cambió. Cada vez que los veía me llevaba (y me sigo llevando) tres o cuatro cds conteniendo entre seis y ocho discos cada uno, y bastaba que les dijera que quería escuchar una banda determinada para que a los pocos días la tuviera en mi discoteca (se dice asi, discoteca?). No estoy manifestando una originalidad sino algo que probablemente me emparente con la mayoría: la cantidad de discos escuchados por mes creció de manera exponencial, y el tiempo que le dedicaba antes a cada disco se redujo, tambien de manera asombrosa. Con la variación del tiempo de escucha cambiaron también las valoraciones. Aquello que me parecía novedoso ahora aparecía confundido en una masa informe de referencias y antecedentes, y aquello otro, que no me había parecido original en su momento, o que no me habría llamado la atencion en la batea de una disquería, me cautivaba por completo.

Cuando empecé a leer la selección de nuevos narradores argentinos me di cuenta de que “las nuevas tecnologías” habían transformado mi manera de leer. A unos cuantos de esos autores los había leído, pero de otros me sonaban sus nombres, muy vagamente. Después la sorpresa. ¡Ah! Este es el que lleva adelante tal sitio, fulano es el del blog de más alla, zutana la tengo de una reseña del portal de más acá.

Lo dicho, para poner en situación mi plantilla de largada. Porque si hace bastante que la teoría viene señalando la importancia del lugar de producción de la crítica (desde dónde se dicen las cosas que se dicen), y ha venido edificando aparatos teóricos para seguir teniendo esa pretensión de autonomía científica (para muchos, una pretensión absurda) hay sin embargo un resquicio en donde no ha podido entrar, una dimensión irreductible a términos teóricos, a un vocabulario vagamente analítico: el estado de ánimo del crítico mientas escribe la crítica: si tenía sed, si tenía hambre, si estaba estreñido o si detesta los chocolatines Jack porque en su infancia siempre le tocaba el mismo muñeco.

–Pero el crítico ha sido diseñado para aspirar a esa autonomía, que, traducida al texto crítico, puede ser definida como objetividad. –


Patrañas.


Empezar a leer blogs acarreó para mí ese pequeño descubrimiento. El comenzar a leer crítica sin pretensiones de objetividad, o con una objetividad matizada por el contexto más personal: el de la intimidad del desayuno, la lectura por la noche o la charla de bar. Cambió mi velocidad de absorsión y, como me había pasado con la música unos años antes, cambiaron las valoraciones.
De manera que leí “La joven guardia” como si saltara de link en link, de un cuento a otro, de ese cuento a la biografía del autor del primero, de ahí a su blog, vuelta al libro, al blog, vuelta al libro, y así. Creo que es el primer libro que leo tan “desordenado”, y esto mismo, que puede parecer una estupidez, me parece que marca un antes y un después en mi historia personal de lecturas. Que es la única que interesa, por otra parte: la de nosotros mismos.