viernes, diciembre 16

"Servarios" de Julián Axat


Ig.: vosotros los filósofos afirmáis que los diez géneros generalísimos abrazan todas las cosas.
Fil.: Así es, en efecto.
Ig: acaso no ves, mientras consideras aquellas cosas en cuanto son en acto, que están divididas?
Fil:. Ciertamente.
Ig.]. Pero cuando las consideras antes del comienzo de ser sin división, qué otra cosa pueden entonces ser sino la eternidad? Pues antes de toda división se da la conexión.


Así empieza el capítulo XI de “Idiota. De mente” el libro que Nicolás de Cusa escribió en agosto de 1450. En el siglo XV había que barajar y dar de nuevo. Los esfuerzos de la Iglesia por asimilar las corrientes filosóficas que venían de Oriente no daban abasto para mapear una realidad que se hacía cada vez más compleja. Escritos que se habían ocultado o ninguneado durante siglos ahora arremetían con fuerza. De manera que el giro copernicano que da la filosofía en este momento nace mucho más de la revisión crítica que de la invención.
En la poesía argentina de los últimos cincuenta años no tuvimos ni un Descartes ni un Copérnico. Cincuenta años a esta parte (digamos desde la aparición de la revista Poesía Buenos Aires) la vanguardia originaria de la década del 20 empieza a ser reformulada y revisada. Con algunas cimas (Leónidas, Pizarnik, Temperley) y muchas mesetas, pero con poco cimbronazos. Aira piensa que, con Pizarnik, la vanguardia tocó su límite: no se puede ir más allá de ella en la gravedad y la extensión semántica.

Si la poesía del siglo XXI abraza todas las cosas, el poeta desempeña un rol selectivo, no creador. O la creación pasa justamente por eso, poner juntas cosas que antes estaban separadas. Confrontar géneros, establecer diálogos, ensayar hibrideces.
El peligro vigente al intentar escribir poesía es una bestia bifronte, puede aparecer con dos rostros: el de la oscuridad o el de la boludez. O confundo al lector (estableciendo diálogos demasiado lejanos, ensayando versos extremadamente confusos) o le muestro cosas que él ya conocía, que no tiene ganas de volver a ver en una obra nueva (me hago el violento y pongo un dibujo medio porno en la tapa, pongo epígrafes de Perlongher y Adorno para hacerme el canchero).
Y tener la voluntad, hoy, de leer joven poesía argentina (siendo sólo un lector, es decir sin pertenecer a ningún taller o conocer a la gente del circuito) es poner a prueba la propia paciencia. Que resulta ser mucho más elástica de lo que creíamos en un principio, porque seguimos leyendo hasta encontrar cosas que, una vez cada tanto, nos llaman la atención. En el medio hay tiempo perdido, dinero tirado a la basura (en las librerías de usado nadie me quiere comprar fotocopias abrochadas a una cartulina) y muchas promesas incumplidas (“por Dios, Juanele Ortiz y la madre Patria que es la última vez que me gasto diez pesos en un libro de poesía sólo porque me pareció buena onda el título”).

Zama es una editorial nueva. Publica libros en un formato agradable, clásico, con tapas de colores y letra legible. Julián Axat, el autor del poemario, nació en 1976. Es abogado y docente. Publicó un par de libros de derecho, uno de ellos en la editorial La Grieta – HIJOS.

“Servarios” es un título buena onda. Es sugerente, pero cerrado en sí mismo. Cuando tipeo “servarios” en el google, aparece un sitio de bacteriología y cientos de direcciones más en donde la palabra responde a la contracción de ´servicios varios´. Empieza con un par de poemas en donde la palabra está bien espaciada en la hoja, una o dos palabras por verso. Y esa respiración no es sólo formal. La cosa, por ahora, funciona: “aquella noche/ pan de hoy / quedó sin cuerpo / llora y moja / el mendrugo / es el último / se dice / espera / se espese / y que sean / grumos / piensa / mientras traga / y recuerda / el crimen / relaja / ese miedo.” (“pesquisas”). Después de “mallarmé”, que tiene una estructura similar, cambia de ritmo: “técnica para construir servarios” es prosa coloquial, veloz, a mitad de camino entre un manual de instrucciones hecho para el universo del Jeff Soto y un panegírico seudo ecológico de Greenpeace, si greenpeace bregara por la conservación de mutantes.
El libro crece y se va poblando de voces, algunas declaradas (“mallarmé”, “confesiones de Sid Vicius”, “ser Pessoa”, citas de Bataille y Bergson) y otras más solapadas, como la que vincula el universo cerrado del libro con la ilustración de su tapa (una carta escrita en forma de rectángulos concéntricos por Lewis Carroll).
La segunda parte del libro (“la física de las arañas –y reescrituras de Lucrecio-”) está muy bien, son párrafos numerados de a diez, que parecen sacados del de rerum natura y reescritos para la ocasión.
La tercera y última “nuda vida –pequeños de octubre-” es a las claras la más personal. La idea que se venía trabajando desde el comienzo de ciencia + vocabulario específico + tono enfermo, acá aparece “cotideanizado”: “TATUAJE: / mi bichito hasta la muerte / más tarde, / siempre ilustrando / piensa: / (las palabras a mi bichi se borran, pero / yo también puedo sentencias).”

Así escrito pierde bastante fuerza; Julián Axat sabe cómo distribuir las palabras en la hoja, sabe como oír su respiración, no se hace el loquito tijereteando versos porque sí.
Vamos a ver si lo ubicamos para hacerle algunas preguntas, y pedirle permiso para colgar unos poemas en el acá o en el sitio. El anteúltimo, “hasta el infinito punto rojo” es una joyita.