jueves, junio 22

Los espejos de la sombra - Estela Canto



Yo no sé cómo empezar muy bien esto, porque lo que quiero decir es concreto y la verdad es que muchas ganas de hacer un perfil de esta señora no tengo, al menos no en extenso.
Estela Canto publicó Los espejos de la sombra en 1945, un año después de Ficciones. Cuatro años más tarde, en 1949, la dedicatoria de El Aleph llevaría su nombre. Su figura es compleja, porque estuvo de novia con Georgie un tiempo, él le propuso casamiento en el Parque Lezama (muy probablemente la foto de arriba corresponda a ese lugar...aunque esa columnata que se ve sobre la derecha no me suena) y su respuesta –según ella- fue:

“Lo haría con mucho gusto, Georgie. Pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos si antes no nos acostamos”.

Lógica irreprochable, sin dudas, pero no exenta de cierta crueldad. Sobre todo si tenemos en cuenta que lo dejaba por otro y unas décadas después, Georgie ciego y ya transformado en Super Borges, quiso reconquistarlo. El resto de la chismografía (que incluye la subasta del manuscrito original de El Aleph, improperios de Victoria Ocampo y coloridas etcéteras) pueden rastrearlo en el libro Borges a contraluz o directamente en internet (Google arroja pocos resultados).

El tema es el siguiente: empecé los otros días a leer Los espejos de la sombra en su primera edición (Editorial Claridad: por esa época era afiliada al PC y traductora). Son una docena de cuentos precedidos, cada uno, por una ilustración francamente horrible hecha por la mismísima Estela.
El primero, El destino, no me llamó la atención. El problema fue con el segundo. El disparo es un cuento magnífico, ambientado en Misiones, que me hizo acordar un poco a El trueno entre las hojas de Roa Bastos, pero con una astucia narrativa más propia de un Chesterton. Siempre prometo tipear cosas, lo sé, pero este relato merecería que me deje de joder y lo haga, sin tantos vaticinios ni juramentos. ¿Cuál es el punto? Que seguí leyendo y ningún otro llamó mi atención. Entonces regresé a El disparo. Hay un abismo entre la calidad de ese cuento y el resto del volumen.
¿Hubo mano de Borgie ahí? ¿Algún crítico ofició alguna vez de juez de línea en el asunto? Miren el comienzo: “Conocí a James Finnelayeson en Misiones, cerca de los yerbatales.” Aclaro que el resto del cuento es la historia que le refirió el personaje de Finnelayeson al narrador.
Mmmmmhhh...!!! Telebeam!