domingo, junio 11

Una terraza propia – Florencia Abbate


¿Fue la selección de los escritores, que responde a criterios más amplios y audaces? ¿Fue la ausencia de un prólogo tibio y un prefacio absurdo, la elección de un título y una portada que sólo se puede leer como un chiste mordaz, casi sardónico? Lo cierto es que, a priori, luego de revisarla un poco, la antología de nuevas narradoras que Norma pone en circulación me pareció un poco más ajustada, más pertinaz que su antecedente obvio: “La joven guardia” a cargo de Maximiliano Tomas, que irritó a muchos, sedujo a varios y obligó a pronunciarse a la mayoría.

Cierta inclinación por el despotismo de las arbitrariedades y la ostentosa categorización de las listas y los top five nos llevan muchas veces a establecer obsesos rankings mentales, binarios sistemas de inclusión – exlusión. Ahora bien, pedirle a cada escritora que elija una canción, un libro y “un verbo” (?!) es ceñir un perfil seductor a un único trazo proclive a las confusiones. Qué quiero decir: la apuesta puede parecernos interesante un sábado a la mañana, pero al mediodía, cuando ya despabilados chusmeamos al azar algunas elecciones, la obviedad de estos identikits nos golpea en la cara como la sensación térmica de ayer a la noche:

Nombre: Mariana Enriquez / Canción: The ship song / Verbo: fumar.

En fin.

Otra diferencia formal frente a La joven guardia (las objeciones a pensarla junto o frente a esta otra compilación pueden ser justas pero nos chupan un huevo) es la curiosa división en capítulos (Insania, Entre sueños turbios, Desde otro lugar, Politik Pornoshop y Derivas) que más que organizar los cuentos ponen de manifiesto el arbitrio de la compiladora, con lo cual el capricho se duplica: elijo el qué pero también elijo su cómo.

Florencia Abbate tiene treinta años y ya transitó todos los nodos clásicos del campo académico estándar: estudió letras, publicó poemarios, se especializó en el exterior, escribió un libro para niños, ganó un premio importante con su novela (El grito, 2004), colabora en suplementos culturales y lleva adelante un sitio de internet (www.astronomiaurbana.com.ar) .
De un total de 23 escritoras, Abbate elige 6 que no han publicado narrativa en formato libro: Yamila Begné, Verónica Merli, Jimena Néspolo, Selva Almada, Gabriela Cabezón y Natalí Tentori. Esta audacia (no, el término no le queda grande) debe ser celebrada.
En otra antología, lejana en sus motivaciones y lejana en el tiempo (Crónicas de Buenos Aires, Jorge Alvarez Editor) el compilador de entonces apostó a un joven escritor hasta ese momento inédito: se trataba de Miguel Brascó, que treinta años después escribiría la delirante novela “Quejido Huacho”. En otro libro, que recopilaba en retrospectiva a poetas de la década del 60, (Generación poética del 60, Ediciones Culturales Argentinas, 1975) Horacio Salas señalaba que la mayoría de los escritores incluidos en el volumen habían abandonado las bellas letras al dejar la juventud, como si de un juego postadolescente se hubiese tratado.
Abbate comienza su prólogo dejando en claro que “el juicio del tiempo” es algo que por ahora se nos escapa. Lo que tenemos entre manos es el presente, una construcción escurridiza de la cual esta antología es un atinado reflejo.