El hombre del cuadro es Claudio Mamerto Cuenca. Pertenece a la primera generación romántica, pero fue el único poeta que no emigró durante el gobierno federal. Era médico, más precisamente neurocirujano. Sí: abría cerebros en 1840, y tenía a cargo la cátedra de Fisiología de la Universidad de Buenos Aires.
Cuando su tutor (que era el médico de Rosas) tuvo que viajar a Europa, este último lo convocó para ocupar su cargo. Se transformó así en Cirujano Mayor del Ejército detestando, en sus fueros íntimos, al sistema para el cual desempeñaba funciones.
En la batalla de Caseros, una cuadrilla de Urquiza toma el hospital de campaña y lo mata sin mediar palabra, antes de que Cuenca pudiera probar que apoyaba la caída del Restaurador. Cuando abrieron su saco encontraron un poema inconcluso, escrito en lápiz, febrilmente, que expresaba con virulencia su odio a Rosas:
“Y esto es ni más ni menos lo que ahora
te está, perverso Rosas, sucediendo;
estás en tu expiación, y ya la hora
de purgar tu maldad está corriendo...”
Su obra poética fue editada sólo en tres ocasiones: 1862, 1889 y 1892. Luego, sólo el nombre de una calle, esporádicas menciones en la crítica nacional y algunos versos suyos en antologías románticas. En internet, como casi siempre: naranja.
Vaya como adelanto de una antología que colgaremos en unos días uno de sus sonetos más logrados, en donde, veladamente, manifiesta su disidencia con un sistema que lo condujo a la desdicha y a la muerte:
Mi cara
Esta cara impasible, yerta, umbría,
Hasta ¡ay de mí! para la que amo helada,
sin fuego, sin pasión, sin luz, sin nada,
no creas que es ¡ah, no! la cara mía.
Porque esta, amigo, indiferente y fría
que traigo casi siempre, es estudiada...
es cara artificial, enmascarada,
y, aquí para los dos, -¡la hipocresía!
Y teniendo que ser todo apariencia,
disimulo, mentira, fingimiento,
y un astuto artificio en mi existencia,
por no poder obrar conforme siento
y me lo mandan Dios y mi conciencia,
tengo, pues, que mentir, amigo, -y miento!
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