sábado, febrero 24

El síndrome del libro fallado

Fragmento del epílogo de Eduardo Berti a la edición española de su libro de cuentos Los pájaros (Madrid, Páginas de Espuma, 2003).



De niño, ningún cuento me impactó tanto como “La gallina degollada”. Sé que para algunos Horacio Quiroga hizo lo mismo que Kipling, pero mal. Con excesiva malicia, esto podría achacársele a la serie de Cuentos de la selva, pero seguramente no a los Cuentos de amor, de locura y de muerte, en los que Quiroga por momentos prefigura ese universo de crueldad que luego asomaría en Silvina Ocampo o en Juan José Hernández, una línea de la narrativa argentina que siempre me entusiasmó.

Hace ya muchos años quise releer “La gallina degollada”. Me impulsaba la nostalgia, aunque también la intriga de averiguar si, frente al libro, hallaría al mismo niño-lector lleno de miedo. Descubrí entonces que no tenía el libro y fui en busca de una nueva copia. Además de la vieja edición de Losada había otra en la librería, una edición de origen mexicano, y al verla sentí un tonto alivio. Desde que dejé el colegio nunca pude volver a usar un pulóver azul en “v” porque me siento enfundado en un uniforme escolar. Supongo que, de haber tenido que comprar por segunda vez la edición de Losada, habría sentido algo en más de un aspecto análogo.

Sólo al llegar a casa vi que el libro estaba fallado. Un bloque de páginas (“un pliego”, diría un imprentero) se repetía en reemplazo de otras tantas páginas. El cuento más perjudicado por este defecto no era otro que “La gallina degollada”. Pero lo que más atrajo mi atención fue la primera página del libro. Había allí una firma y una fecha: 16/11, o sea, el día de mi cumpleaños. Se trataba de una pequeña estafa, ya que me habían vendido como nuevo un libro usado. Un amigo a quien le conté lo ocurrido me sugirió una explicación, no a la estafa ni a la falla sino a la coincidencia entre la fecha garabateada en el libro y mi cumpleaños: aquella firma era la del propio Quiroga y aquel libro se trataba de un regalo y de una burla al mismo tiempo.

–Lindo cuentito. Escribilo –le dije. Y a otra cosa.

A partir de allí empezó, por algún tiempo, lo que he dado en llamar el “síndrome del libro fallado”. De cada veinte o treinta libros que adquiría, uno tenía algún error. Esto podría hablar de cierta fatalidad o, más simple aun, del mal estado de la industria del libro en Latinoamérica. Pero luego ocurrió otra cosa. Acababa de salir Historia argentina y su autor, Rodrigo Fresán, tuvo la idea de dedicarme “un libro fallado con una dedicatoria perfecta”. Él ignoraba la historia de Quiroga. Mucho menos sospechaba que, años después, yo compraría su segundo libro y al abandonar el negocio advertiría que estaba mal impreso, invadido de páginas en blanco. De supersticioso no fui a cambiarlo y conseguí que el autor firmase un segundo libro fallado.

Mientras ocurría todo esto, mi amigo insistía con que tenía que escribir un cuento sobre libros fallados. Si desoía sus sugerencias era, entre varios motivos, porque me parecía presuntuoso imaginar que Quiroga se había tomado la celestial molestia de averiguar la fecha de mi cumpleaños.

Casi me había olvidado del libro de Quiroga y del “síndrome” cuando en el suplemento cultural del diario Clarín, de Buenos Aires, me tropecé con un texto de Elvio Gandolfo sobre su libro Dos mujeres y descubrí que cierto personaje se llamaba Berti. No sé por qué me vino a la memoria, de pronto, el libro de Quiroga. Lo busqué en mi biblioteca, le pegué una rápida hojeada y me fui a dormir.

Al despertar, tenía todo un cuento nuevo en la cabeza. Nunca me sucedió algo así. No sé si soñé con el cuento y ya despierto lo rememoraba o si el cuento estaba naciendo en ese instante y por suerte me pescaba despierto para atraparlo.

El cuento se llama “El definitivo Benincasa” e integra este libro, Los pájaros, junto a once relatos cuya historia es aún más aburrida.

En este cuento, un ignoto escritor llamado Benincasa descubre que su vida es igual a la de un tal Benincasa, personaje de un relato de Quiroga. Lo extraño es que, meses antes, Benincasa había empezado la escritura de un relato con el propio Quiroga como personaje. Un tercer escritor recibe el recado de forjar un cuento que desmadeje el cruce entre ambos personajes-autores. Al momento de bautizar a este escritor, no tuve dudas: le puse Gandolfo.